Acto I, Escena 4. Un amor de Infancia


Acto I, Escena 4
Un amor de Infancia
Personaje: Alherí
A veces las noches tienen el aliento del mar travieso, intenso e insondable. Más, más, más allá de las nubes, colores como suspiros que se inflan, se dispersan, se confunden y ya no existen.
Como aquella vez al borde de todo, nunca dentro de nada, al borde, al borde de tu piel y de la mía, captando el leve temblor de sus líneas. Un corredor de paredes tambaleantes, destemplado por las voces de niños que solos enloquecen, felizmente, sin salida de esa correría constante, como en un espiral ingenuamente vedado para el futuro. Corres y descansas en cada esquina y allí somos sorprendidos por la rápida correría de la hormiga, ganándole al sol que la eriza fuera de las paredes. Y la vemos como sube, sube, sube, carga, carga silenciosa, se contorsiona con mil engranajes de miel cristalizada y es devorada por la esencia de la piedra, mientras la esfera de arena diluida se une a ella. No podían tararear nuestros labios la música de esa trabajadora huidiza, es por eso que la escoltábamos boquiabiertos, descolgando gota a gota esa saliva que nunca fundimos latido a beso, beso a latido.
¿Y las manos? ¿Se sienten lo enlazados que están, o son parte de una misma expectativa, temblor y complicidad nuestros dedos? Porque no hay tareas en esa lejana lejana vida de deseos aún no despiertos. Sólo una transpiración constante, nacida de la sorpresa de la tarde. El atardecer delicadamente encendido, no se queman nuestras pupilas cada vez que vemos la incandescencia que nos alimenta, pero nuestras aún adormiladas almas son imantadas al calor como la tenue luciérnaga al ocaso. La noche se impone de nuevo y los leves batires del murciélago son una delicia en mi cansancio. Aún el grillo haciendo eco desde un rincón perdido, a pesar de su canto chirriante, me conmueve en plena decadencia. ¿Qué son, sino nuestros “únicos” corazones, enrojecidos, inquietos de toda curiosidad, limitados solamente por esta inmensidad de correrías? Correrías en el mundo de nuestros tiernos esfuerzos, dentro de nuestras únicas fronteras señaladas por la tiza y el balón pesando, bailando en las manos. Cada paso sobre las indetectables fronteras, impulsados por el calor del aire simple y la disgustada oscilación de un pequeño sol enceguecido, girando en las córneas inocentes de nuestras miradas, para la vida, recién nacidas.
Y sólo te poseía a ti, mi soldadito, en esta guerra que ahora me ha abandonado sola en este invadido e invadido, ganado, ampliado escenario de arena y combativos vientos. Las cabalgatas a pleno pulmón en las bancas melancólicas del parque postergado. La varilla endeble castigando el aire de la tarde, para que el caballo deformado de cemento no llore en el vacío de su existencia en lo hondo y más hondo de su realidad.
Más hondo y más hondo como el beso que nunca estampé en tus labios para que entregadamente lo olvides. Más hondo aún que esta tristeza que no tiene inicio, que no tiene pared que la detenga, no tiene suelo sobre el que se eleve, que imponente ronda, ronda, inubicable ronda. Como un beso que no fue pero que por eso adquiere ciudadanía y forma una forma que no es de esta realidad, que mi cerebro pobre masa insistente, incolora, inquieta en la eternidad ,perfuma, vaga, se hace forma, forma que nadie conoce, que todos desconocen, es por eso que más que nada existe porque no hay realidad, no la hay, no la hay, sólo el amor, no es, no hay, es por eso que aún vivo.
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